El paisaje se construye desde adentro.

Aline Petterson

martes, 30 de marzo de 2010

El trompetista


Pintura de Placido Merino


Parece un domingo de enero, frío y con esa melancolía de los domingos por la tarde, cuando el día cae en diferentes formas; a través de la brisa, del canto de las aves, de las voces de los vecinos que se escuchan desde las paredes. Cae con el sol, que después de dudarlo medio día, apareció como si nada para despedirse en el horizonte. Cae en sonidos extraviados, una gota de agua, el silbato del árbitro, el paso de los autos, el llanto de un bebe, y los que nunca faltan, los ladridos de los perros. Cae en una melodía. Como la de aquel trompetista anónimo que por las tardes me acompañaba. Un canto de despedida, una mezcla de paz y añoranza. Lo escuchaba mientras tomaba la siesta, junto a la voz de mi hija y el murmullo de la televisión.

Hace algunos días la escuché de nuevo, me pregunté quien estaba detrás de esa música, que pensaba al tocarla, que sentía. Un estudiante que desde su habitación, con los ojos cerrados se desprende de todo, atrás queda el día, con sus desencuentros, sus dudas, sus rutinas, en ese instante solo existe la música. Si, tal vez sea alguien joven con alma vieja, por la melancolía que percibo y por la tibieza que me abraza al recordarla. O tal vez sea alguien que al exhalar recuerda los días de antaño, cuando los discos eran de acetato y las mujeres usaban vestidos en vez de pantalón para ir a bailar. Cuando el el cáncer no era el pan de cada día, ni el cambio climático era el culpable de todos los desastres naturales, cuando el mundo no estaba desahuciado y la música era solo una manera más de hacer el amor.

No importa quién esté detrás de aquella trompeta, porque aquella persona anónima desde algún lugar cercano a mi casa, cada tarde se desprende de algo suyo lo entrega a la tarde y a todos aquellos que como yo, disfrutan de esa paz y añoranza de algo.

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